viernes, 21 de octubre de 2011

El origen de la tristeza

Terminé de leer El origen de la tristeza, de Pablo Ramos. Terminé de darme cuenta, recién sobre el final, la desesperación de Ramos de hacer palabras. Para mi fabricar palabras siempre es fabricar modos para recorrer alguna experiencia. En el caso de El origen de la tristeza, la experiencia es la de la infancia, y, el recorrido es primero toda ella y después su salida bella y traumática. Y entonces el mérito de Ramos: todo lo que ese ejercicio conlleva. Cuanto anhelo de repasar ese momento en que la inmediatez descansa, se desencanta. No podría decir cuanto costó cerrar el libro de Ramos. Y trataba, pero en el interin no podía dejar de pensar en ninguna otra cosa que no fuese ese cierre tan interminable. El que no me daba ni tregua para levantar la cabeza; siquiera sospechar como iría a sentirme una vez que saque la vista del libro.
Gabriel, el Gavilán, el que Pablo creo cuando también lo crearon a Pablo, me reclamaba ahí, sobre la última hoja: derrumbado, indefenso, aturdido y desentendido, tan intensamente desentendido de todo lo que pasaba en el Mitre, Ramal José León Suárez. Porque el Gavilán seguía, aun en la última de las hojas, fabricando méritos para que lo atienda, para que lo entienda, para que no me mueva de ahí, del instante en el que transcurre todo el libro. ‘Dale Luis, si te diste cuenta en donde te dejé’, sentí que me decía. ‘No seas boludo y permanecete un rato que aún nadie te dijo que tenes que bajar’.
Un instante. El tren detuvo su marcha definitiva en Retiro, justito cuando concluí que era hora de cerrar el libro. ‘Che, Gavilán, me bajo’, pensé que podría decirle aunque sospechaba que ya lo sabía. Pero era lo que correspondía, porque yo ya había comprendido en que lugar me había dejado Gabriel.
Hice algo rápidamente, antes que se me cierre para siempre el libro de Ramos: necesitaba volver al principio del origen y recordar quien era Rolando, aquel sujeto tan importante para Gabriel, el del bar del uruguayo. Y pensé que Rolando era de esos tipos que pasan por la infancia pero que se quedan un día, porque exceden la misma infancia, aunque pertenezcan a ella y al imaginario que solo le corresponde a ella. Como esos personajes que empiezan a crecer con nosotros por más que no lo sigan estando. Porque siempre le consultamos las cosas mas jodidas de consultar. Quizá porque no están, o quizá por estar tanto.
Caminé suspendido por el ancho del andén que repleto me avisaba que andaba suspendido. Estaba tan desarmado y tan triste que, esas respuestas que se me habían hecho esperar misteriosamente a lo largo del libro, ahora me palmaban todas juntas,  ansiosas porque entienda que antes era necesario que sepa esperar. Las respuestas que uno reclama, como siempre, padecen los mismos miedos que uno, por eso no saben como expresarse. Y al final, cuando llegan, muchas veces, como ahora, son un silencioso derrumbe. Un derrumbe privado de testigos. Porque entendí que muchas de las cosas que tienen su fin, inmediatamente se encuentran siendo el poderoso origen de las que ya no aguantaban mas la espera.
En el libro de Ramos la tristeza es esa mierda que un día te dice que la vida se trata de algo distinto e inesperado. Que nada ya puede seguir siendo como las cosas que en cierto momento mas o menos manejamos con cierto control. En el libro de Pablo Ramos, hay un momento en que los días de juego se transforman en tristes cabezas que tienen tristes sensaciones de recuerdos de juego. (El libro de Ramos te sacude para hacerte recordar que los opuestos no son la vida y la muerte. Que opuesto a la vida es no saber como corno vivirla vivo). Y no me refiero a estar conforme. ¿Por qué  Coco, el socio de papá se queda con las cosas del taller de bobinado y papá es el que renuncia a todo eso que significaba que era su vida, para ir a trabajar a una oficina de esa Argentina donde dejaban de necesitarse talleres de bobinas? Más aun: ¿Por qué mamá renuncia a su vida y justo cuando la vida le dice a Gabriel que para algunas cosas desaparecen las respuestas y, primero el misterio y más tarde la tristeza, invadenlo todo?  
El libro de Ramos me viene a decir, justo en este momento, y muy a mi pesar, que los orígenes y los finales se llevan tan para bienes que uno no puede entender nada de nada, sobre nada de nada, hasta que entiende el origen de la tristeza. Y el final definitivo de la infancia de la vida y la infancia de las cosas de la vida.  
Saliendo de Retiro, caminando la Plaza San Martín, incapaz de pensar más nada que mi imagen impotente frente a un libro que como dije, no se dejaba cerrar; ni aún cuando caminando la Plaza San Martín un día jueves que en nada se reconocía distinto a la largura del miércoles a la noche. Pensé en que siempre pienso en mi infancia y pensé que nunca me doy cuenta. Pensé en los barrios de mi infancia, en cómo situar esos puntos que un día te suspenden para anoticiarte de que todo lo que era en ese mismo instante deja de ser; así: repentino, desafectivo y cruel. Pensé en la bronca, la que en algún rinconcito descansa para mandonear en la sombra de todo, cómoda e insoportablemente viva.  
Si supiera uno cuándo mierda llegarán esos días que cambia todo lo que no podía cambiar. Lo que no podía porque no reconocía otra posibilidad que la que era. O porque no reconocía posibilidad. Que ganas de saber eso. Cuantas ganas tuve siempre. Que mierda que nunca lo supe. Que ganas de abrazarte querido Gavilán. Cuantas de decirte que no lo dudes: cuando seas grande las cosas van a estar mejor.  

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Mil años

Porque así este pesar, porque no encierro la noche en su propia oscuridad
Porque no se de horas de sitios algo mas pacientes
Porque desconfío tanto de un día con tanta noche
Porque la desconfianza trae la noche tan temprano
Porque el tiempo me muestra las dudas de que sea el tiempo
Porque calla tanto cuando le imploro que grite
Porque sospecho tanto que tanto tendrá que ser
Y mientras tanto no es nada más que tiempo inalcanzable y externo
Siento esas perras que me miran ocultando sus caras, porque no las merezco
Siento el desprecio cuando las busco, cuando suplico alguna palabra
Ese resto de alguna cosa que me diga que juega conmigo,
al menos a alguno de los juegos
Las hojas pueden dormir doscientos años que nada va a pasar
Pero el tiempo de esas hojas destruye todos mis tiempos, y pasa todo
Su reposo me acaricia dolorosamente para que permanezca tieso, apartado
Tengo heridas que si las busco se me cierran
Diamantes apagados y dolorosos y ocultos a su dolor
Placeres amarillos por el mal uso de los días de espaldas al río
El río que se aburre. Y se olvida de que es río.
Después de tantos que sean no hay nada mas que lo que no pudo ser
Después de esas calles que fueron no habita ni una huella del hoy
Porque todo es de un pasado que ni una vez supo su presente
Porque caminó, y caminó y caminó. Y nunca se detuvo en ningún lado
No hay nadie. Caminos de películas viejas que ni quiero ver.
Imágenes en la pantalla del cine que se pueden ver sin entrar a la sala
Todo hoy se ve de afuera, como si hubieran pasado mil años…

miércoles, 13 de julio de 2011

Faust arp: teje ahora

La hoja en blanco y faust arp -de radiohead- contemplándolo dedicadamente, todo. Para dejar el blanco, la hoja necesita que le hablen al oído,  en el reposo del margen, en un ratito de piedad, porque reclama ánimo. Siempre es bueno que el desanimado lo reclame.  Faust arp y todo In Rainbows la contienen. Cuidadosa contención para los tiempos de una hoja que en blanco me mira muy pero muy desanimada. Y yo, que confío de su apasionada voluntad, espero que se anime antes de aturdirse de los tiempos imposibles que fabrica el silencio. En los tiempos de espera que no son mas que los tiempos de otros y los tiempos de nadie; en fin, los que cosechan desesperación. Porque desde la espera no viene sino lo fatal. Y porque habrá abundado la nostalgia, habrá abundado la espera de los tiempos que desafían todo a muerte. "It's what you feel now, what you ought to, what you ougth to (...) an elephant thats in the room is tumbling, tumbling, tumbling"; comienzan a retar ese silencio para puntear tímido -pero decididamente tímido- algunos difusos renglones para la hoja blanca. Sostenes de las noches que se dicen noches sin renglones. Aunque sean imaginados, se aparecen en esa hoja que ya no está tan blanca. Y que me dicen, adelante, teje sobre ese hormiguero que miras desentendido. Ni dejes de mirarlo ni pretendas entenderlo. Mejor siempre es tejer. Tejer. Al menos, teje después del hormiguero. O al costado, pero teje, porque necesitas de las ropas. Abrigos ya tienes, pero necesitas las ropas para cuando pase el frío que parece venir pasando. Que dicen que siempre pasa. Y parece que antes estará viniendo. Pasan también las cosas que eran, cuando pasan las que son; pero algunas se quedan si tejes con convicción. Dale, teje. Que las que se quedan lo hacen para arroparte nuevo y para que conozcas otros nuevos fríos. Es tu abrigo para cuando deshagas todos los abrigos. En ese tejer se destejen los nudos del cálculo: los que no diferencian la nostalgia de la especulación; ni los deseos, de esa espera expectante. Dale, teje. Teje renglones hasta que estos desaparezcan. Dale, teje, que prescindirás de ellos. Que los puedes imaginar. Si  tejes. Si tejes puedes imaginarlos y gastar la realidad en otra cosa.
Abre los cajones para mirar el vuelto del orden, de tanta realidad prefijada en los casilleros de la espera, pero también de tanto camino que aunque despintado guarda las huellas felices de haber sido un camino. Ese vuelto aún es vuelto. Y está de tu lado. Aunque no puedas imaginarlo de otro modo. Mira a tu perra que puede ayudarte. No te olvides que ella siempre quiere ayudarte a lo que vos quieras. Escuchas las melodías tristes que cantan aquellos que pretenden no solo los márgenes de la alegría. Porque en el tallo de la flor mas estéril encuentran el despertar de todas las flores. Y lloran mientras lo encuentran porque saben ver las flores y escuchar sus diálogos sin comprender nada. Porque las imaginan bellas. Ya estas tejiendo cuando piensas en las carcajadas de los tallos postergados. Vos desafías su postergación, ellos dejan de reconocerse tallos. Sigue, dale. Que en esos tallos descabezados viven los que nacen cuando muchos van sucumbiendo. Como ahora, cuando ves pararse al elefante de tu cuarto, cuando lo ves caminar hacia la puerta, cuando lo notas convencido que la atravesará y bajará las escaleras hasta esfumarse en los deseos de algún futuro. Que son ahora los de este presente. No dejes de mirar el pasar del elefante aun cuando desde tan lejos pierdas el sentir entristecido de su figura. Ya no miraras su pasado, ya no entenderás su figura. Porque empezaste a comprender que entre tanto leño que se consume, hay tanto fuego encendido.  

lunes, 27 de junio de 2011

Viejo, se fue river



No es momento de análisis. Lo voy a decir sin un puto rodeo: es el día más triste de mi vida. También el más extraño. Sobre todo por eso, porque ahora mas que nunca me quedé sin seguridades. En el aire. Desentendido. Me cago en las interminables cadenas de lógicas siempre conclusas que consideran las tristezas de forma atomizada. No hay jerarquías para la tristeza: o se está o no se siente un carajo. Y lo que se siente entonces es aquello que irremediablemente nos convoca a mirar nuestras vidas. Y a vernos, siendo y sufriendo, en ellas. Lo voy a decir con más o mejor gana: un poco más o un poco menos, para tantas otras tristezas supongo haberme preparado. Aunque luego me partan en dos, uno hizo el esfuerzo de prepararse. Y a las que vendrán las espero desde la resistencia que mi experiencia me conceda. Sin más ni menos. Y como pueda. Pero para ver a river irse a la B, para imaginarlo al menos, nunca estuve preparado. Algunos consideran que determinadas situaciones cuando pasan por el filtro de la razón entonces liberan su fuerza (razón fuerza) para entrar en la dimensión de lo relativo, frente a las verdaderas angustias de la vida. Como si frente a la muerte y las pérdidas, lo demás sea relativo. Como si las muertes sean de un solo modo. Y otra vez: o la razón se está peleando con la vida o la está suprimiendo para dejarla vacía. Todo frente a la muerte es relativo porque nada se puede comparar con la muerte. Porque la muerte significa, entre otras cosas, clausura, de todo. Entiéndanlo de una vez: en la Argentina el fútbol —porque ese es un espacio de resistencia a buena parte de las enfermas categorías de la modernidad— se caga en la razón, se lleva a los golpes con ella. Y yo seguiré celebrando por ello.     
Cuando era muy pibe, disfrutando de esa inocencia que ser pibe te permite, un día supe que era hincha de river. Supongo que como los grandes amores, uno no sabe muy bien como comienzan siendo, pero lo son, porque entre la piel y el corazón desaparecen las fronteras y los peros. No se si a los 2, o a los 3, o a los 4 años abandoné el binomio platense-independiente para ser un feliz y enfermo hincha de river. Sobre todo un feliz hincha de river. Mi viejo, que nunca me transmitió la pasión por el futbol porque nunca la sintió, sin embargo me hizo amar a river. Eso porque supo comprender mis llantos por river. Supongo que la figura de mi abuelo pesaba, porque  el viejo más viejo sí que se enfermaba por river, en el lugar del planeta donde river jugase. Y hasta en ese lugar del planeta al que un día se fue contento, con la radio que yo le había llevado para gritar sus últimos tres goles frente a Mandiyu de Corrientes. Cuando llegamos con mi viejo a la clínica, después del partido, el viejo Jaime se había ido. Siempre pensé que esa radio que se paró con él, sin embargo iba a continuar encendida durante tantísimos años. Mi viejo tenía un hermano que yo no conocí. Un tío del que en casa se hablo siempre nada. A los 18, muy jovencito y estando muy enfermo, se fue. Eso dicen. Vivió casi los fatídicos 18 años que river estuvo sin salir campeón. Hasta entonces la mayor tristeza para el mundo river. Tristeza muy padecida por él, muy fanático.
Aquel river, cuando se recuperaría, definitivamente confirmaría ser el club mas grande de la Argentina, un gigante que no paró de ganar, pero que sobre todo no de dejó de hacernos sentir orgullosos a quienes lleváramos su bandera desde los 80. Porque nos hacía defender, siempre, que las cosas en la vida se conseguían con buen juego, con esfuerzo, con elaboración, con tiempo. Con la dedicación placentera de la búsqueda tozuda de las cosas. River ha sido de esos bastiones identitario que nos han hecho sentir diferentes, mejores mucha veces, aun cuando no cristalizábamos buena parte de esas búsquedas. River era para mí esa reserva que cuando la cosa se ponía brava, me recordaba que había un modo para salir. O varios, pero no todos. Que el mundo river te pedía esfuerzo pero te pedía talento sobre todo. Que el camino era largo, que había que aprender a ser mejores. Pero también que la pasión y la historia eran tan grandes que sin perder la reflexión valía disfrutar con el alma cualquier triunfo, a veces también, bajo cualquier medio. Y porque los resultados estaban a la vista. El semillero de river brillaba, estaba a la espera de brotar jugadores a la primera. Los nuevos jugadores, los próximos ídolos de los cuales uno se enamoraba, y los próximos jugadores de la selección nacional. Reafirmar que river ha promovido los mejores jugadores de la Argentina es ser muy recurrente. Nadie duda de ello. Y esto además de todo, es un juego que lo sabe disfrutar quien mejor lo sabe jugar. Entre esos ídolos estaban los que aprendí a dibujar interminablemente sobre la cualquier papel de descarte. Los ídolos que me exigían diseñarles nuevas camisetas de river. Pensar muy alegremente en posibles e imposibles novedosos diseños. Esperar las nuevas camisetas y ver cuan conforme estábamos de ellas.
Y como mi viejo no me transmitió la pasión por el futbol, desde ese orgullo por river empecé a descubrirla. Y a defenderla. Y mi viejo, que no gustaba mucho de ir a la cancha, nos llevaba con mi hermano a las tribunas visitantes porque eran más baratas. Desde allí admirábamos la local, admirábamos a river. Hasta que la tardía niñez y la temprana adolescencia nos tendrían en todas las canchas sin la tutela de nuestro viejo. Ya no teníamos mucha tutela de nuestro viejo. Pero estábamos en todas las canchas defendiendo a river. Con nuestros amigos juntándonos siempre, reconociéndonos en épocas sin teléfonos celulares, con solo levantar la mirada, en cada rincón de la popular del monumental.  
Luego River sería también un espacio de resistencia: la política, el rock adolescente y river se trazaban desde las mismas premisas y redescubrían valores para ser defendidos. O claro, al menos yo lo sentía así. Sin ir más lejos, desde adolescente me apasionó la discusión de los medios de comunicación. Por entonces desde los medios insistían con una premisa que era tan falsa y binaria que en pocos años no la pudieron sostener: el mito de la hinchada de boca, popular, fiel y seguidora. Una construcción mediática sostenida bajo la condición de que la permanente, tensa y conflictiva conformación identitaria es una y para siempre. Un dispositivo mediático que en épocas de discurso único tenía más éxito que ahora, claro. Les duro poco y  a esta altura nadie está en condiciones de afirmar tal mañosa presunción. No tienen ni los números ni el imaginario a su disposición. 
Ayer en la cancha por momentos buscaba en sus rincones alguna explicación, reconocía en ellos a tantos y tantas que estaban allí, que habían vivido interminables emociones riverplatenses conmigo alguna vez. Tantos partidos, tantas previas, tantas “fabricas clandestinas de entradas”. Y bondis, y trenes. Y birras, y peleas absurdas. Tantas charlas buscando explicaciones a las derrotras más dolorosas, tantos silencios algunas veces, y tanta euforia de la linda por sobre todas las cosas. A algunos de ellos necesite verlos antes de entrar a la cancha. Para sentirme un poco más fuerte. Pensaba en Jorgito y Gonza, amigos de la vida, pero sobre todo entrañables amigos de river. Pensaba en los que no están y en los que están ausentes pero sufriendo por river. Y que tantas veces y tantos años sufrieron conmigo. Y en su amor por river. A alguno de ellos lo busqué mirando para la San Martín y lo reconocí también llorando por su river. Y pensaba en quien de estar conmigo en el monumental estaría atormentada por los disturbios, con mucha razón. Pensaba en mi familia pegada a la tele, sufriendo y desayunándose con que lo imposible era real. Y seguramente en que iban a querer analizar lo que para mi era indecible. Pensaba en mi abuela que tantas veces me preguntaba qué le pasa a river, aun cuando ganaba todo pero empataba algún partido inesperado. Y pensaba en los que se fueron hace poquito sin siquiera imaginarse esto. Todos fervorosos hinchas de river. Y pensaba también en los que sin ser de river, acompañaron el sentir desesperado de estos días, con un cariño admirable. Pensaba en los que sin estar tanto sabían del sufrimiento y entonces acompañaban entendiéndome.
Y lo miraba a mi hermano siempre que podía, le pasaba la medallita de Oscar, sentía el éxito de ese ejercicio buena parte del partido. Y aunque el ejercicio finalmente no fue exitoso, por lo menos estuvimos con él. Y pensaba que aquella radio que siguió sonando cuando se fue el abuelo era la que nos tenía llorando juntos frente al gol de Pavone. Pensaba más tarde en los millones de hinchas de river del país y del mundo. Y le decía a mi hermano, siempre que recuperaba la voz: “Diego, se está yendo river”. Y no me contestaba. No había nada más que decir. Teníamos muy presente, una vez más, en circunstancias de definiciones, la mano de Grondona y la impotencia por tanta claridad en la intención de Pezzotta. La tan miserable actitud y forma de conducción de Passarella, en la oscuridad de la sombra, a mi juicio principal responsable de este desenlace. Pero era el final del juego, de la historia, y de la inocencia: river, el que miraba a todos desde arriba, el más campeón (por muy lejos) de la  Argentina, estaba perdiendo su condición de intocable. Pero no de gigante, y por eso el dolor. Por eso lo inexplicable. Por eso a pocos minutos del final le arrancamos a un river muy enfermo el poco aire mentiroso que le brindaba su insoportable respirador, porque ya no se aguantaba más. Esto debía terminar. Ya estaba.
Porque era la hora de la ira, del llanto más violento, del pelearse con una historia tan rica que no nos daba esas explicaciones que ni siquiera queríamos escuchar, que nos dejaba solos pero siendo millones incrédulos, consternidos, sospechando de la realidad, dándole batalla para que no sea. Ahora, en pelotas, como pocas veces. A reinventarnos, nosotros, los hinchas. No River. O no primero river. Primero a asimilar el golpe. A revisar nuestra historia. A permitirnos ver que la cosa cambió. A vernos en el cambio, por lo pronto, distintos. Ya habrá tiempo para el análisis. Ahora es el de la bronca tan pero tan mezclada con el sentimiento que ni un segundo nos permite dejar de estar convencidos de lo que me dijo una vez un amigo, entre llanto emocionado y preciosa borrachera: RIVER ES TAN GRANDE que no hay forma de explicarse nada de nuestras vidas sin referirnos a él. Y para muestras sobra un botón: el mundo asombrado de la caída de quien jamás habría sospechado que pudiera caer.   

lunes, 20 de junio de 2011

Semana de aliento, con el último aliento!


Muchos años estuvieron, chamuyando la gilada:
"lo queremos ver a River, cuando le lleguen las malas"
(...)
No alcanzan las tribunas, no alcanzan las entradas
le demostramos lo que es River en las malas!

domingo, 19 de junio de 2011

Por la camiseta


Ya habrá tiempo para el análisis: ahora es el de estar a la altura de la historia.

domingo, 12 de junio de 2011

12 de junio. Otro junio, otra puja

"Yo se que hay muchos que quieren desviarnos en una u otra dirección (...) frente al engaño y frente a la violencia impondremos la verdad que vale mucho mas que eso (...) ni los que pretendan desviarnos, ni los aprovechadores, especuladores, ni los aprovechados de todo orden, podrán, en estas circunstancias, medrar con la desgracia del pueblo" J.D.P. 12 de junio de 1974

Hace 37 años. Perón, frente a un momento que disputaba su figura. Para ese entonces, quizá algo menos. En esa disputa, que era además la disputa por el presente, el General regalaría a la historia una pieza de esas que nos obligan a cualquier hora y a todas las horas, a revisarnos. Buena parte de esos años aún exigen, provocan y animan el impostergable pulso y las recurrentes diatribas de nuestro presente. También hace los mismos 37 años Perón llamaba a convertirse en predicadores y neutralizar, vigilar y observar a todos aquellos que, de acuerdo a las circunstancias, aun no habían comprendido lo que tendrían que comprender. Lo que tendrán que comprender: la historia nos sigue perturbando, a patadas por la espalda, para poner en claro Qué había y Qué hay realmente que comprender.    
En 1974 yo no había nacido. Eso porque hoy, 37 doces de junio después, cumplo 31 años. Y hoy, puedo reconocerme algunos años menor que ese discurso, y así la más maravillosa música carga toda impronta que efectiva y afectivamente se reconfigura en aras de una historia que si bien puja permanentemente y que, siendo esa puja muchas veces desesperada, cristaliza enunciados e interpretaciones que salen las más de las veces temblando; otras tantas temerosas, algunas otras firmes. En general son deudoras de ese pujar apasionado (ellas, las interpretaciones de la historia; ellas, las de ese espacio aún temeroso al presente, aún temeroso a la historia más general, que es nuestra historia reciente), de ese querer salir para decirnos cuanto, desde donde y desde cuando vienen pujando. Cuando yo nacía, el 12 de junio de 1980, eso que pujaba se encontraría a mi asomo, en estado de llanto, como todo nacimiento, y en estado de grito, como toda muerte. Y en plena oscuridad: tal cual las cosas pasaban por las calles de esos años. 
Hoy cumplo años y entre tanto me sigo interrogando. Me pregunto por ejemplo por qué estudio la historia reciente, la historia política argentina reciente. Por qué aterrizo en  calles difíciles, por qué me veo tanto, demasiado, en esas calles de muerte, en esas esquinas que son pura esquina, puro frío y puro calor. Hoy cumplo 31 y las pujas aun no han decidido cesar. El pasado que gusta de encontrarse con el presente por esos dibujos quizá inconscientes de la realidad, es muchas veces el mejor aprendiz de la necedad, o de los bellos momentos que oportunamente nos tienen primero sospechando y luego algo más felices. Luego, de nuevo, la quietud de la sospecha. 
Los silencios, las pérdidas, las batallas anónimas, las contiendas de otros, los amigos,  las distancias, los amores, y el propio mundo al que pude decirle de mi disconformidad, ebria disconformidad y ebrio mundo que siempre escucha aunque tantas veces nos parezca desgarrado y desafectivo. Ese mundo que no es sino esa calle que cada tanto observo vacía, que de vez en cuando camino inocente, y que siempre interrumpo para interrumpir toda inocencia. Ese mundo con sus calles me propuso un lugar que me anticipó mi disconformidad. Hoy me pregunto por qué, pero más lo hago sobre por qué aún hoy me lo pregunto. Pasaron 31 años y esa violenta afonía sé que brota de las clasificaciones más antojadizas. Las más fingidas. Y las más estúpidas.
Por esas y otras razones mis 31 me producen primero pensar en las muertes, en las ausencias. Y en las vidas que ellas traen para ver si uno despierta. Esos servidores que vienen a despertarnos de la muerte. Los que se posan sobre el marco superior de la puerta y esperan que despiertes. Los que se retiran antes de que lo hagas porque no quieren hacerte ver que estás sintiendo. Pero sí quieren que sientas.
Los 31 también me provocan considerar que el tiempo y las muertes son enemigos pero sin embargo no están a la altura de ninguna contienda. Porque solo son con la ausencia del otro, o con la presencia ausente. Y entonces no son nunca juntos. Una clase de enemigos que son para la agenda de los rodeos, que irremediablemente llevarán a la muerte y que irremediablemente llamarán al tiempo. Porque la muerte que necesita del tiempo es pleno silencio. Porque el silencio y la muerte son una misma cosa aun cuando falten las flores para los muertos. Las palabras frente a la muerte no son, porque no saben ser, porque carecen de sentido frente a aquello que no es decible. Porque no portan los sonidos de la muerte. Ni siquiera sus verdaderos silencios.  Porque cuando intentan sus sonidos enseguida le dan la razón a la muerte.  
Hoy es 12 de junio. Hoy es 2011. Ni 74. Ni mucho menos 80. La muerte ya contempla que en sus filas todos no le servimos. Ni siquiera aquellos que le han guardado las llaves, y que conocen sus claves. Que las han guardado como tantas cosas que se guardan por si acaso puedan necesitarse. Y resulta que mientras las cosas se guardan por las dudas, no se necesitarán sino recién cunado se desechen; y que cuando se desechan se arrojan todos esos pesados abrigos que cuando es la tarde se llevan en la mano y que cuando es la noche uno ya está en su casa. Cuando se desechan las claves de la muerte, entonces sí el tiempo es un enemigo que las callecitas de la vida necesitan para todos sus días ser las callecitas de la vida que puja, que irrumpe en llanto, que despierta de las seguridades a los que nunca duermen sin ropas. Otro junio. Parece un mismo junio pero otro 12 esta vez me encuentra desnudo.   

viernes, 3 de junio de 2011

Meriendas a la noche

Hay un chivo que está manso en el lateral de la noche. A su lado se sirve la merienda. Hay una noche que reposa sabiendo que ya no trae recompensas. Y se burla. Hay un tren al fondo de la ventana que cuando viene recuerda la espera del día. Hay paredes que miran sabiéndose muros inabarcables. Hay oscuros que no aceptan sospechas. Hay sombras escondidas mientras hay certezas humeantes. Que queman. Hay vueltos en la crueldad del suelo tan pisado. Palomas que pasan, se asoman y siguen. Que pasan para contemplar el sueño, que siguen viniendo. Que ahora me vieron despierto y no se quedaron. Hay abrigos perdidos que se dieron cuenta  y se enterraron solos.Y hay la más inabordable de las penas. Ágil, que no se deja maniatar. Hay calor debajo del abrigo enterrado. Hay gritos que no se pueden enhebrar. Hay roedores de los que rascan los talones cuando sangran. Perros muertos que abren un ojo para mirar, te miran y lo vuelven a cerrar. Hay persianas que caen al suelo del cuarto. Hay fantasmas en la sombra de esas sombras escondidas en el té. Hay ventanas que no reflejan trenes. Hay meriendas tristes en la cosecha de amores pasajeros. Hay mañanas de otros que se fueron. Y hay tanta verdad en el silencio sensato del laurel. Hay brotando grietas rabiosas para noches inconclusas. De noches de ríos que no terminan. De caricias caras. Que deciden morir ahogadas cuando reciben el amanecer.  

viernes, 6 de mayo de 2011

Las continuidades pasadas

Las continuidades pasadas son esencialmente en silencio. Son las que cuando vienen, decididas, preanuncian la seguridad de no saber venir siempre. Saben de trampas, las más generosas. Traen promesas infinitas para tiempos de traumas finitos. Vienen navegando tormentas. Las tormentas de la finitud de los cuerpos limitados, castigados por sus deudores. Por sus deudas. De los mandatos profundos de esos roedores eternos, inconclusos, nunca aplazados. Expertas de juntar vueltos transformados en sermones. Con anzuelos redondos que remolinan deseos. Dejan marcas, de cenizas negras, del tiempo negro. Irrumpen ciegas, señalan que queman, lo hacen dos veces, e indican refugios. No eligen los consuelos. Porque no son elegibles para su orden. Caminan osadas, disecas por los guiños desesperados, por la fragilidad de tanto olvido, por las señas de caminos nunca trazados pero siempre conocidos en sus muecas. Caminos innecesarios, caminos caros. Imaginan submundos en donde no pueda haber más que imágenes del desamparo. Escenas de encuentros imposibles, de deudas siempre. Maniobran absurdas para armaduras solitarias sin siquiera ecos. Sin algún eco. Sin excusas allí cuando amanezca plagado de sombras. También son desnudos dóciles al microscopio del tiempo. Pasajes que interrumpen placeres ya sordos de andares al viento de otros vientos, de tantas heridas de tantos frenos; absortos de flores, de amantes inconclusas. De amores del tiempo. Las continuidades pasadas dicen ser talones errantes, ardientes en paisajes rojos, pero en estaciones débiles, deliberantes: son heladas y son muertes. Fueron antes calles de viejos gustos, de otros placeres. De tan inmaculados anónimos aprendices, robustos y tímidos millajes de voces fósiles de tantos fósiles, de sabanas enredadas en camas condescendientes…

miércoles, 20 de abril de 2011

Pasan cosas

Han pasado de esas cosas que cuando pasan uno desconfía. Han pasado las otras que cuando son uno retrocede. Pueden pasar tantas de las que como las otras, imprevistas, dejan a uno con el aliento perdido. Y pueden pasar otras tantas de las que uno sospecha siquiera que puedan venirse. Entre tanto, tanto viento incomoda. Mucho, porque pareciera que uno como no quiso sospechar de ellas entonces no supo como esperarlas. Porque no sabría desde que lado de la puerta abordarlas. Porque no se animaba a abrir la puerta. Porque la abrió mal. Porque permanece abierta.  

jueves, 7 de abril de 2011

¿y mientras tanto el sol se muere?

 
 
 
 
 
 
 
 
Por alguna razón de esas que en verdad no se encuentran 
en el tedioso horno de las razones, vengo, desde hace unos días, 
presintiendo esta pretenciosa declaración de tormenta...
 
 Acá uno de los link que encontré para darse el gusto de sentirla. 
 
Todavía no usé mi milagro de hoy
(que corta es la vida, mi amor!)
No voy a buscar mas consuelos tontos
si pasa algo malo esta vez.

Te voy a buscar en la oscuridad
Yo no sé si pueda volver a encontrarte, amor
si Dios no me quiere en tu eternidad
Sueño con que duermo, no lleno mi tumba aún
y un poquito tarde ésta vez se va a hacer…

Y mientras tanto el sol se muere
y no parece importarnos
Mientras te quiero el sol se apaga
y si Dios queda en nada o no existe
te amaré mucho más.

Te voy a encontrar
en la oscuridad
Algún día, pronto, una de mis vidas
va a intentar matarme y lo va a lograr
Cómo será andar solito allá en la muerte?

Ay! mi amor... ya sin vos, sin tu sueño
Yo no sabría echarte de menos
(soy un ladrón que robó dolor)
y si te pierdo camino a casa
ya te dije esto antes, linda mía
...te voy a encontrar
te voy a buscar
y te voy a encontrar... 

lunes, 14 de marzo de 2011

Preciosa discusión puede darse la Argentina



La respuesta de Horacio González a Vargas Llosa es una sutil y extraordinaria muestra de que ciertas discusiones cuando no se dan en los términos que la coyuntura las requiere -las exige imperiosamente, las demanda sinceras- necesitan de la mano, la decisión y el talento de quienes puedan encarrillarlas y forzarlas de modo tal que las mismas se desarrollen de la manera en que la realidad social, cultural y política las necesita para comprender las tensiones que ella misma cobija, y que no siempre decodifica. Esto es, traer a la discusión a quienes escondiendo las armas y ocultando los intereses prescinden de los argumentos a la vez que recrean enemigos a su molde. Oportunismo puro para injuriar sin más. Lo que hace Horacio es exigirle a Vargas Llosa que si quiere discutir lo haga sin rodeos y se vea en los suyos. O sea, abandonar su mundo globalizado de derechas mundiales que aplauden cli-shés “despojados de espesura” y ponerse a discutir en serio si es que tiene alguna intención al respecto.

Aquí dos notables fragmentos:

“Cuando usted escribió la saga de Roger Casemet, un alma conversa que pasa de su condición de agente humanitario del Imperio Británico hasta tornarse representante juramentado del Alzamiento protagonizado por la Hermandad Republicana Irlandesa, había demostrado mayor sensibilidad hacia las ideologías del siglo, los tormentos espirituales de los hombres combatientes o los rasgos mesiánicos de las raras criaturas antiliberales que pueblan el retablo revolucionario. Se dirá que el novelista promueve un interés especial por figuras que condenará en cambio el polemista de derecha, y que las dos esferas están separadas. Cierto, pero asombra la ligereza con que actúa con personas que no conoce, cuyo pensamiento no ha consultado, montándose así en previos eslabones de desprecio solventados por el grupo Prisa. En efecto, todo es muy rápido. No podemos comprender que como novelista alguien atienda bien las múltiples conciencias de sus personajes, y como polemista sea un prejuicioso señorcito, munido de sus certezas cortesanas, sin saber el significado real del episodio que lo involucra, paseándose por el mundo impartiendo condenas episcopales y dando cátedra sobre cómo fingirse víctima y actuar como un damnificado, que no lo es.
Si se le pudiera decir algo a Vargas Llosa –a su sensibilidad de novelista, no de articulista mal informado– le indicaríamos que deje de inventar hombres infames y réprobos, prefabricados en el laboratorio creado por alquimistas duchos en moldear marionetas como contrincantes, con las que les sería fácil discutir y derrotar sin la molestia del argumento. Si aun no le molesta argumentar, Sr. Vargas, ensaye hacerlo con nosotros, que no somos lo que usted caricaturiza sin resguardar estilo ni cuidado. El buen liberal, si no es excesivamente de derecha, dice que el ser es lo que es, pero que puede cambiar. Usted, como liberal, parece en cambio un arrebolado dialéctico de las catacumbas más atrevidas: el ser no es lo que es y es lo que no es. Y así, le gusta debatir contra espectros de su propia imaginación y encima se convierte en guevarista. Se lo festejamos. Cuando ofrezca sus conferencias quizás tendrá oportunidad de aclararnos tantas confusiones, y si se lo permite su papel de monarca en el Olimpo desde los que manda sus rayos de Júpiter sin averiguar de qué se trata, acaso se anime a debatir estos temas sin recurrir a injurias, que no lo favorecen, pues incluso el arte de injuriar requiere estar antes bien informado. Relea los consejos de Borges al respecto. O vea cómo debatieron, escribieron y formularon un universalismo desde su circunstancia peruana, José Carlos Mariátegui o César Vallejo. Confío, Vargas, que no los haya olvidado”.   

viernes, 18 de febrero de 2011

Las cosas como son

La biblioteca y esa particular virtud de ocultarnos frente a sus grandes generalizaciones.
Rep

martes, 15 de febrero de 2011

Mentiras

Una forma de decir. Una manera de siempre. Abrir para ver que ver: un intento por decirse que las cosas que en un lugar se ponen no eligen ser. Ponerse: el único modo de no estar. Cuando era más pibe andaba viendo cuanto había que ver. De pronto se ven menos cosas. Uno se va yendo. Uno no quiere tanto estar dispuesto.
Rodeos de los que claman otros paisajes. Que existan, que sean. Rodeos que esconden preguntas: cómo llegar allí si desconozco donde (si solo me conozco yendo). Cómo si no puedo estarme acá. Cuando era más pibe me habitaba menos. Me visitaba poco. Y un día me visite todos los días porque andaba cansado de esas visitas. Ahora me pregunto: ¿puede uno erradicarse de algunos mapas? No importan los mapas, sino que si uno se dibuja en ellos se obliga a buscarse. En ellos. Una celebración dolorosa porque siempre se encuentra, y siempre se encuentra volviendo. Siempre se sale entrando y se entra, saliéndose. Un paseo de otros paseos que nos tienen mientras tanto. La espalda ríe porque se sabe sola. Inaccesiblemente humana. Y entre tanto se celebran ocasiones de reposos incómodos, de los que tienen credenciales. Porque siempre se buscan, sus caras, tan lejos, en el por venir.
A veces uno mira el álbum y sospecha dolor. Otras, mentiras. A veces no puedo mentirte porque no tengo rostro. Otras tantas habito salidas y lo sigo haciendo. 

viernes, 14 de enero de 2011

Haciendo Buenos Aires



Una síntesis de 3 años de no gestión. Excusas y falsas disculpas. La más estrepitosa cara de la política fraguada. Hay que ser hijo de puta...