
La respuesta de Horacio González a Vargas Llosa es una sutil y extraordinaria muestra de que ciertas discusiones cuando no se dan en los términos que la coyuntura las requiere -las exige imperiosamente, las demanda sinceras- necesitan de la mano, la decisión y el talento de quienes puedan encarrillarlas y forzarlas de modo tal que las mismas se desarrollen de la manera en que la realidad social, cultural y política las necesita para comprender las tensiones que ella misma cobija, y que no siempre decodifica. Esto es, traer a la discusión a quienes escondiendo las armas y ocultando los intereses prescinden de los argumentos a la vez que recrean enemigos a su molde. Oportunismo puro para injuriar sin más. Lo que hace Horacio es exigirle a Vargas Llosa que si quiere discutir lo haga sin rodeos y se vea en los suyos. O sea, abandonar su mundo globalizado de derechas mundiales que aplauden cli-shés “despojados de espesura” y ponerse a discutir en serio si es que tiene alguna intención al respecto.
Aquí dos notables fragmentos:
“Cuando usted escribió la saga de Roger Casemet, un alma conversa que pasa de su condición de agente humanitario del Imperio Británico hasta tornarse representante juramentado del Alzamiento protagonizado por
Si se le pudiera decir algo a Vargas Llosa –a su sensibilidad de novelista, no de articulista mal informado– le indicaríamos que deje de inventar hombres infames y réprobos, prefabricados en el laboratorio creado por alquimistas duchos en moldear marionetas como contrincantes, con las que les sería fácil discutir y derrotar sin la molestia del argumento. Si aun no le molesta argumentar, Sr. Vargas, ensaye hacerlo con nosotros, que no somos lo que usted caricaturiza sin resguardar estilo ni cuidado. El buen liberal, si no es excesivamente de derecha, dice que el ser es lo que es, pero que puede cambiar. Usted, como liberal, parece en cambio un arrebolado dialéctico de las catacumbas más atrevidas: el ser no es lo que es y es lo que no es. Y así, le gusta debatir contra espectros de su propia imaginación y encima se convierte en guevarista. Se lo festejamos. Cuando ofrezca sus conferencias quizás tendrá oportunidad de aclararnos tantas confusiones, y si se lo permite su papel de monarca en el Olimpo desde los que manda sus rayos de Júpiter sin averiguar de qué se trata, acaso se anime a debatir estos temas sin recurrir a injurias, que no lo favorecen, pues incluso el arte de injuriar requiere estar antes bien informado. Relea los consejos de Borges al respecto. O vea cómo debatieron, escribieron y formularon un universalismo desde su circunstancia peruana, José Carlos Mariátegui o César Vallejo. Confío, Vargas, que no los haya olvidado”.