domingo, 12 de junio de 2011

12 de junio. Otro junio, otra puja

"Yo se que hay muchos que quieren desviarnos en una u otra dirección (...) frente al engaño y frente a la violencia impondremos la verdad que vale mucho mas que eso (...) ni los que pretendan desviarnos, ni los aprovechadores, especuladores, ni los aprovechados de todo orden, podrán, en estas circunstancias, medrar con la desgracia del pueblo" J.D.P. 12 de junio de 1974

Hace 37 años. Perón, frente a un momento que disputaba su figura. Para ese entonces, quizá algo menos. En esa disputa, que era además la disputa por el presente, el General regalaría a la historia una pieza de esas que nos obligan a cualquier hora y a todas las horas, a revisarnos. Buena parte de esos años aún exigen, provocan y animan el impostergable pulso y las recurrentes diatribas de nuestro presente. También hace los mismos 37 años Perón llamaba a convertirse en predicadores y neutralizar, vigilar y observar a todos aquellos que, de acuerdo a las circunstancias, aun no habían comprendido lo que tendrían que comprender. Lo que tendrán que comprender: la historia nos sigue perturbando, a patadas por la espalda, para poner en claro Qué había y Qué hay realmente que comprender.    
En 1974 yo no había nacido. Eso porque hoy, 37 doces de junio después, cumplo 31 años. Y hoy, puedo reconocerme algunos años menor que ese discurso, y así la más maravillosa música carga toda impronta que efectiva y afectivamente se reconfigura en aras de una historia que si bien puja permanentemente y que, siendo esa puja muchas veces desesperada, cristaliza enunciados e interpretaciones que salen las más de las veces temblando; otras tantas temerosas, algunas otras firmes. En general son deudoras de ese pujar apasionado (ellas, las interpretaciones de la historia; ellas, las de ese espacio aún temeroso al presente, aún temeroso a la historia más general, que es nuestra historia reciente), de ese querer salir para decirnos cuanto, desde donde y desde cuando vienen pujando. Cuando yo nacía, el 12 de junio de 1980, eso que pujaba se encontraría a mi asomo, en estado de llanto, como todo nacimiento, y en estado de grito, como toda muerte. Y en plena oscuridad: tal cual las cosas pasaban por las calles de esos años. 
Hoy cumplo años y entre tanto me sigo interrogando. Me pregunto por ejemplo por qué estudio la historia reciente, la historia política argentina reciente. Por qué aterrizo en  calles difíciles, por qué me veo tanto, demasiado, en esas calles de muerte, en esas esquinas que son pura esquina, puro frío y puro calor. Hoy cumplo 31 y las pujas aun no han decidido cesar. El pasado que gusta de encontrarse con el presente por esos dibujos quizá inconscientes de la realidad, es muchas veces el mejor aprendiz de la necedad, o de los bellos momentos que oportunamente nos tienen primero sospechando y luego algo más felices. Luego, de nuevo, la quietud de la sospecha. 
Los silencios, las pérdidas, las batallas anónimas, las contiendas de otros, los amigos,  las distancias, los amores, y el propio mundo al que pude decirle de mi disconformidad, ebria disconformidad y ebrio mundo que siempre escucha aunque tantas veces nos parezca desgarrado y desafectivo. Ese mundo que no es sino esa calle que cada tanto observo vacía, que de vez en cuando camino inocente, y que siempre interrumpo para interrumpir toda inocencia. Ese mundo con sus calles me propuso un lugar que me anticipó mi disconformidad. Hoy me pregunto por qué, pero más lo hago sobre por qué aún hoy me lo pregunto. Pasaron 31 años y esa violenta afonía sé que brota de las clasificaciones más antojadizas. Las más fingidas. Y las más estúpidas.
Por esas y otras razones mis 31 me producen primero pensar en las muertes, en las ausencias. Y en las vidas que ellas traen para ver si uno despierta. Esos servidores que vienen a despertarnos de la muerte. Los que se posan sobre el marco superior de la puerta y esperan que despiertes. Los que se retiran antes de que lo hagas porque no quieren hacerte ver que estás sintiendo. Pero sí quieren que sientas.
Los 31 también me provocan considerar que el tiempo y las muertes son enemigos pero sin embargo no están a la altura de ninguna contienda. Porque solo son con la ausencia del otro, o con la presencia ausente. Y entonces no son nunca juntos. Una clase de enemigos que son para la agenda de los rodeos, que irremediablemente llevarán a la muerte y que irremediablemente llamarán al tiempo. Porque la muerte que necesita del tiempo es pleno silencio. Porque el silencio y la muerte son una misma cosa aun cuando falten las flores para los muertos. Las palabras frente a la muerte no son, porque no saben ser, porque carecen de sentido frente a aquello que no es decible. Porque no portan los sonidos de la muerte. Ni siquiera sus verdaderos silencios.  Porque cuando intentan sus sonidos enseguida le dan la razón a la muerte.  
Hoy es 12 de junio. Hoy es 2011. Ni 74. Ni mucho menos 80. La muerte ya contempla que en sus filas todos no le servimos. Ni siquiera aquellos que le han guardado las llaves, y que conocen sus claves. Que las han guardado como tantas cosas que se guardan por si acaso puedan necesitarse. Y resulta que mientras las cosas se guardan por las dudas, no se necesitarán sino recién cunado se desechen; y que cuando se desechan se arrojan todos esos pesados abrigos que cuando es la tarde se llevan en la mano y que cuando es la noche uno ya está en su casa. Cuando se desechan las claves de la muerte, entonces sí el tiempo es un enemigo que las callecitas de la vida necesitan para todos sus días ser las callecitas de la vida que puja, que irrumpe en llanto, que despierta de las seguridades a los que nunca duermen sin ropas. Otro junio. Parece un mismo junio pero otro 12 esta vez me encuentra desnudo.   

3 comentarios:

  1. no es cuestion de salvarse cuando hay otros que jamas se han de salvar! y anonimo parece de los servicios de informacion no?

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  2. Posiblemente no lo sea, en eso estamos de acuerdo! Lo de anónimo, nada, como mínimo mete intriga.
    Abrazo

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